Un camino en medio del verano. Entre el verde de robles y de humeros, entre la hierba seca, este arroyo de tierra que se adentra en la espesura, en el misterio. Piedras, hojas secas del color del polvo. A los lados, el leve hundimiento de las roderas. En el centro, una cresta con hierbas que no se atreven a crecer. Y de vez en cuando, una huella, una pisada. El rastro de una vida. Parece que se oye el rumor de pasos que vienen del pasado. Multitudes que pasaron muy despacio, de uno en uno, y se fueron para siempre. Estas piedras, que un tropezón las cambia de sitio, o las saca de esta luz, o de la sombra, estas hojas confundidas con el suelo, estas hierbas ruines… Cuál es la canción de todo esto.
Emilio Gavilanes, El bosque perdido, Seix Barral, 2000.
Me encuentro con el paisaje. Cual la generación de las hojas, así la de los hombres… escucho a Homero decir en mi corazón mientras observo a Pedro (hijo del narrador) mirar al cielo sin desconfianza. ¡Quién tuviera su inocencia para poder hacerlo de esa manera!, pienso mientras lo contemplo. ¡Quién pudiera no saber lo que yo sé y esperar de la vida y de las estrellas lo que él espera. ¡Quién pudiera, como Homero, escuchar una y mil veces en el tiempo lo que ha escrito: Esparce el viento las hojas por el suelo / y la selva, reverdeciendo, produce otras al llegar la primavera.
Julio Llamazares, Las lágrimas de San Lorenzo, 2013.
Nunca entenderemos el significado de las pinturas rupestres, sencillamente porque a nosotros no nos dicen nada, ya no nos hablan. Y ocurrió algo más terrible: también la naturaleza dejó de hablarle al hombre. (Así fue como el viejo arco de piedra de mi niñez dejó de ser un puente de los antiguos gigantes, y el único sonido que se puede escuchar ahora en el bosque es el de las canteras que taladran las entrañas de la montaña, el de las fábricas que convierten la caliza en cemento, el de las motosierras que cortan los árboles y el de los coches que pasan.)
Juan Luis Arsuaga, El collar del neandertal, Temas de hoy, 1999.
Y cuando el niño se cansa de leer o de corretear por la casa, sale al campo y sube a las montañas. Las montañas están detrás de la casa; es preciso atravesar hazas labras y pradecillos para llegar a sus faldas. Luego, allá arriba, está la cumbre, pelada, enhiesta. En la montaña se hallan los pastores (…). Los pastores son amigos de las nubes. Allá arriba no hay más que nubes y piedras (…). El silencio de estas alturas es maravilloso. El aire tiene aquí una transparencia que no tiene en ninguna parte.
Azorín, Tomás Rueda, Col. Austral, 1941.
Rodaban las nubes allá arriba, crecían las sombras de los árboles y de las peñas en la loma y en la cañada, se acostaban los pájaros, empezaban a brillar algunas estrellas en lo más oscuro del cielo azul. Pinín y Rosa, los niños gemelos, los hijos de Antón de Chinta, teñida el alma de la dulce serenidad soñadora de la solemne y seria Naturaleza, callaban horas y horas, después de sus juegos, nunca muy estrepitosos, sentados cerca de a Cordera, que acompañaba el augusto silencio, de tarde en tarde, con un blando son de perezosa esquila.
Leopoldo Alas Clarín, Adiós Cordera (Cuentos)
Así pues, entre el Sucro(Júcar) y Cartago Nova hay tres establecimientos de los masaliotas(marselleses) no muy lejos del río. El más conocido de estos es Hemeroscopio(observatorio), que tiene sobre el promontorio un santuario muy venerado de la Ártemis efesia y que Sertorio utilizó como base de operaciones marítimas, pues está muy bien fortificado y es propio de piratas, visible desde muy lejos para los que se aproximan por mar; se llama [también] Dianio, que es igual que Artemisio; tiene cerca unas prósperas minas de hierro e islotes, Planesia y Plumbaria, y un lago salado hacia el interior que tiene de perímetro cuatrocientos estadios.
Libro III (4, 6) de la Geografía de Estrabón
La gente dice que en Andalucía siempre hace buen tiempo, pero en mi pueblo, en invierno, nos moríamos de frío.
Antes que la nieve, y a traición, llegaba el hielo. Cuando los días todavía eran largos, cuando el sol del mediodía aún calentaba y bajábamos al río a jugar por las tardes, el aire se afilaba de pronto y se volvía más limpio, y luego viento, un viento tan cruel y delicado como si estuviera hecho de cristal, un cristal aéreo y transparente que bajaba silbando de la sierra sin levantar el polvo de las calles. Entonces, en la frontera de cualquier noche de octubre, noviembre con suerte, el viento nos alcanzaba antes de volver a casa, y sabíamos que lo bueno se había acabado.
Almudena Grandes, El lector de Julio Verne, 2012
[...] Hoy he estado encaramado mucho tiempo en un tronco deshojado tratando de encontrar huellas de algún animal que pueda servirnos de alimento. He visto un paisaje blanco y sin aristas, extenso, interminable, acunado por un viento pertinaz y frío cuyo zumbido sólo sirve para reafirmar el silencio. Y mientras estaba allí, observando, sentía algo que no lograba identificar, algo que ni siquiera sabía si era bueno o malo. Ahora que ya he encontrado mi lápiz, sé lo que era: soledad.
Alberto Méndez, Los girasoles ciegos, 2004
Tormentas del final del verano. Masas de agua pasadas por la criba. El estrépito de la lluvia golpeando contra el suelo, contra los tejados… Y los silenciosos regueros que resbalan en las ventanas, como si se estuvieran deshaciendo los cristales. Agua atormentada que implora, mediante señas, que la dejen pasar, como si no participase en la tormenta y quisiese refugiarse de ella. Y lo hace con insistencia, pero sin vigor, como si ya supiese que no la dejarán entrar.
Emilio Gavilanes, El bosque perdido, 2000
A los niños de San Kildán, en cuanto podían aprenderlo, se les enseñaba a trepar por las rocas escarpadas de los acantilados para buscar nidos de pájaros.
John Ross, que una vez visitó Hirta, cuenta que la primera imagen de seres vivos que descubrió cuando su barco se aproximaba a la isla fue la de un sankildano y su hijo, de apenas ocho o diez años, encaramados en la cumbre de un farallón de rocas cortado a pico sobre el mar.
Avelino Hernández, La historia de san Kildan, Ayuso, 1986
Pico Catoute
Como un enorme animal de compañía, la cordillera lo resguarda hace millones de años. Pasan las estaciones, pasan las nubes, pasa la vida vegetal y animal en los valles solitarios. Pasamos nosotros. Inmutable, ajeno a esas circunstancias efímeras, él seguirá ahí cuando todos nos hayamos desvanecido. Ni siquiera añorará haber tenido alguna vez un nombre. ¿Cabe una existencia más novelesca? .
José María Merino, El libro de las horas contadas, 2011
Y después (de Muchamel), los caminos tienen más Naturaleza; y sus caminos, más silencio, y una expresión de que se alejan mucho. Traspuestas las últimas filas de huertos de regalo, se cruzan ramblas abrasadas, altozanos raídos; los árboles se retuercen con gesto de dolor y de penitencia; es un paisaje grande, mudo, extático bajo la pompa gloriosa de los cielos.
Ya las montañas remotas, tan cristalinas, tan delicadas, se presentan a nuestro lado poderosas, pardas, desolladas por el hombre, arboladas en lo blando y generoso de su ladera, abiertas por la rota espada del camino.
Gabriel Miró, El libro de Sigüenza, 1917
El hullero nunca ha dejado de ser un tren de montaña. Al Norte y Noroeste las peñas calcáreas, grises, escarpadas, preludio ya de los Picos de Europa, le cierran el horizonte y, a su paso, todo tipo de accidentes, montes, cerros, mogotes, le quiebran el terreno. El verde espeso y oscuro de los robledales se alterna con los carrascos, ralos y rizados. De vez en cuando, manchas de carbón sobre cerros pelados y porosos, sarpullidos cónicos brotados de las minas.
Juan Pedro Aparicio, El Transcantábrico, 1982
¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo,
la sierra gris y blanca,
la sierra de mis tardes madrileñas
que yo veía en el azul pintada?
Por tus barrancos hondos
y por tus cumbres agrias,
mil Guadarramas y mil soles vienen,
cabalgando conmigo, a tus entrañas.
Antonio Machado, Campos de Castilla, 1912
Somos camino, desde que nacemos somos sendas que recorremos y a cada paso nuestra historia se escribe sobre la arena.
Todos, en algún momento de nuestras vidas, también somos caminantes de hojalata y tenemos que transitar por caminos oscuros donde los puntos de luz apenas se divisan.
Camina junto a mí, querido lector, en estos poemas donde la falta de luz no impide que podamos avanzar hacia un nuevo amanecer. En ellos verás soledad, muerte, tristeza, dolor, pérdida... pero también amor y esperanza.
Recuerda que los poetas, cuando escribimos, tenemos media alma en el paraíso y media alma en el infierno.
El caminante de hojalata, “Josep Piella Vila”, Poemario ganador del I Premio de poesía de Playa de Ákaba
Esas cosas extraordinarias solo podían ocurrir en el campo. En el pueblo la vida era más cómoda, sí, pero también más consabida y más vulgar. Y sin embargo, a pesar de tantas maravillas, a la gente no le gustaba vivir y trabajar en el campo. A la gente le gustaba el pueblo, y a ser posible trabajar bajo techado. Más tarde comprendí que los campesinos, como también les ocurre a los niños, no saben lo que es la belleza campestre. Donde otros ven un paisaje, ellos solo ven un sembrado, una dehesa, un erial bueno para cabras, un cerdo o un barbecho. No se han parado a contemplar la naturaleza, sino que viven revueltos, confundidos con ella.
Luís Landero, “El balcón en invierno”, 2014
Entro en la tarde.
Me refresca el verde
encinar que se extiende por la senda
callada que frecuento.
Recupero
con profunda ansiedad el aire puro,
el canto de las aves,
los aromas recientes de esta tierra
horizontal de páramos serenos.
Abro los ojos.
Algo nuevo la tarde me regala.
Elpidio Ruiz, “Aliento de la aurora”, 2015
Jardines Errantes Un jardín no es un lugar:
Es un tránsito,
Una pasión: No sabemos hacia dónde vamos,
Transcurrir es suficiente,
Transcurrir es quedarse
Octavio Paz 1914-1998
Desde la Laguna Negra es posible subir al Urbión –ya que no pocas veces se la visita bajando de su cumbre- donde sueñan entre el roquedal desnudo sus otras lagunas glaciares: la Larga y la Helada. Pero la subida sería penosa y es mejor y menos difícil la que parte de Covaleda, donde ahora marcharemos, volviendo antes a Vinuesa (….) La subida es áspera, sin duda, pero se puede llegar montado (en cabalgadura) casi hasta el final de sus 2229 metros de altura (…) Arriba se ven los dientes de la montaña dominados por la atalaya suprema.
Dionisio Ridruejo Castilla la Vieja, 4. Soria 1974
¡La gran delicia, rodar por los caminitos de Castilla! Como la tierra está tan desnuda, se ve a los caminos en cueros ceñirse a las ondulaciones del planeta. Se lanzan de cabeza, audazmente, por el barranco abajo, y luego de un gran brinco elástico, ganan el frontero alcor y se adivina que siguen su ruta cantando alegremente no se sabe qué juventud inalterable adscrita a ellos. Hay momentos en que sobre los anchos pasajes, amarillos y rojos, parecen la larga firma del pintor.
José Ortega y Gasset Notas de andar y ver. Viajes, gentes y paisajes Alianza Ed. 1988
La ciudad es un ensayo de secesión que hace el hombre para vivir fuera y frente al cosmos, tomando de él sólo porciones selectas, pulidas y acotadas. Pero…llueve y el agua tiene un poder mágico de unir las cosas. La piel húmeda siente más el contacto con los objetos (…). Al salir de casa el chubasco repugnante nos vuelve a pegar al paisaje y un vago estremecimiento, residuo tal vez de experiencias milenarias, nos recuerda la vida en los pantanos, la hora torva y sucia de la amistad con la sierpe y el sapo.
José Ortega y Gasset Notas de andar y ver. Viajes, gentes y paisajes Alianza Ed. 1988
Un suave declive; detrás, la pinada; delante, el viñedo. Tapiz de hierbecitas montaraces; el romero, el tomillo. Cielo azul, siempre azul (…) A lo lejos, entre los pámpanos de las vides, la copa redonda de un nogal (…) El viento ledo, suave, trae el rumor de pinos, semejante al oleaje del mar (…) Una nube blanca que cruza por el azul; va camino del mar (…) El zumbido de una abejita (…) La transparencia del aire.
Azorín Pueblo 1949
(…) montañas alicantinas; bellas montañas desnudas; con un tapiz de olorosas hierbas. Montañas que parecen luminosas. La flor azul del romero; la flor morada del cantueso; la flor amarilla de la retama. Una casa en la ladera.
(…) las montañas de Alicante: Aitana, Mongó, Mariola, Peña del Cid, Sierra de Salinas. Aitana, en el fondo, allá lejos, frente al mar.
Azorín Pueblo 1949
Una tarde lejana Han encendido
la tarde los cerezos.
También
mi corazón, que, mudo,
se estremece
tal rama palpitante y luminosa.
Llegan voces de un huerto.
Una pareja
muerde los frutos y las risas jugosas que se ofrece.
(El tiempo es como un sueño)
Los veo ahora alejarse
vereda abajo. Y los montes van
extendiendo sus sombras.
Brota de allí un canto y se escucha
un silencio enigmático.
José María Antón Morla Ajuste de cuentas VIII Premio “Aguila de poesía”, Ayto. de Aguilar de Campoo, 2012
Aconseja Sigüenza que tengamos propicia nuestra vida para que se abra dentro de ella toda simiente de animación, de alegría, que no consiste en la risa, sino en reconciliarnos con nosotros mismos, en esperar más de nosotros; hemos de tener en “carne viva” nuestra alma para que lo sutil la hiera con su gustoso toque y nos motive ese prurito que hizo que Sigüenza prorrumpiese: “Seamos dichosos”, que viene a significar: "poseamos".
[...]
... Llegaba la dulce declinación de la tarde. Todo se bañaba de un azul purísimo, y las lejanas costas palidecían, semejando nieblas dormidas, reclinadas sobre el mar liso, inmóvil, como el hielo. Cortaban la soledad del horizonte las blancas alas de un barco velero que venía. Esos bellos barcos dejaban en Sigüenza una inocencia infantil.
Gabriel Miró Libro de Sigüenza 1917
En el crepúsculo, la playa recupera su infinita soledad. Vuelve a ser perfecta en cuanto nos vamos. Y la impronta de nuestro paso, huella de arena y sueños, es borrada por las aguas en su eterno reflujo.
[...]
ESQUILO: (…) De ese modo, convertimos senderos en caminos, meses en años y quimeras en realidades; sin saber con certeza si somos nosotros los que tiramos del fino hilo de la vida, sumando el futuro codo a codo, o son los dioses los que nos reclaman desde el otro extremo, restándonos el pasado.
Julio Murillo Llerda El agua y la tierra Edhasa, 2007
[...]
¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
Y eres sobre el piano dulzura emocionante;
Das al alma las mismas nieblas y resonancias
Que pones en el alma dormida del paisaje!
Federico García Lorca Lluvia
Mi Amado: las montañas,
Los valles solitarios nemorosos,
Las ínsulas extrañas,
Los ríos sonorosos,
El silbo de los aires amorosos,
La noche sosegada
En par de los levantes del aurora,
La música callada,
La soledad sonora,
La cena que recrea y enamora.
San Juan de la Cruz Cántico espiritual
En la primera etapa de explotación de la sierra se atacaron los depósitos que estaban cerca de la superficie, tanto los restos de las antiguas fundiciones de la época romana, los escoriales, como los abundantes carbonatos superficiales. Eran minerales que se extraían de una forma muy sencilla y abundante, pero que tenían en contra su bajo contenido en plomo. Por otra parte, se trataba de trabajos de desmonte, para los que no se precisaba mucha cualificación, lo que no significaba que los trabajadores no estuvieran exentos de riesgo en su actividad. Esos depósitos se cortaban a partir de paredes verticales (que llegaban incluso a los veinte metros de profundidad) sin ningún tipo de elemento de contención.
Miguel López-Morrell y Miguel Pérez de Perceval
La Unión, historia y vida de una ciudad minera 2010
Sombríos bosques de abetos fruncían el ceño a ambos lados del río helado. El viento había despojado a los árboles de su capa blanca de escarcha y era como si se apoyaran los unos sobre los otros, negros y amenazadores, bajo la luz tenue del atardecer. Un dilatado silencio reinaba sobre la tierra. La tierra misma era un desierto, yerma, petrificada, tan desamparada y fría que su ánimo no alcanzaba siquiera el de la tristeza.
Jack London Colmillo blanco 1906
Unos días en la cumbre silenciosa, en el santuario de Nuestra Señora de la Peña de Francia, teniendo a un lado al norte, la llanada de Salamanca, como un mar de cálidos matices sembrado de islas de verdura, los manchones de los encinares, y de otro lado, al sur, las abruptas sierras de las Hurdes, y detrás la sabana de Extremadura. Y al pie los pueblecillos de la sierra de Francia, agazapados entre castañares, enviando al cielo limpio el humo de sus hogares, viviendo su vida recojida. Y allí arriba, en la soledad de la cumbre, entre los enhiestos y duros peñascos, un silencio divino, un silencio recreador. Silencio sobre todo.
Miguel de Unamuno Andanzas y visiones españolas 1922
En Casares, un buen refrigerio, gracias a don Santiago Pascual, y un buen reposo, una siesta restaurada. Y desde allí a trasponer un alto para dar vista al otro valle o mejor barranca, al de las Hurdes Altas. Y una vez más volví a gozar la emoción, tan familiar a mis mocedades, de estas ascensiones lentas, en rodeos y vueltas, abriendo más cada vez el pecho, ganando más horizonte cada vez, viendo achicarse lo que abajo queda y mirando de rato en rato a la nítida línea en que la cumbre corta al cielo e imaginándose uno cómo será el otro mundo —porque es un mundo también— que del otro lado se extiende. [...]
Y por fin en la cumbre, habiendo domeñado al coloso, puéstole los pies en la cabeza, y contemplando, mientras se toma huelgo, cuál será la mejor bajada. Allá en el fondo la entrada de la tercera barranca, la del río Hurdano, que se hurta a la vista en el intrincamiento de los montes, cuyos perfiles se cruzan como en el corte que llaman los carpinteros cola de milano. Y al pie de nosotros, en la hondonada, la testudo de tejados pizarrenos de Ríomalo de Arriba.
Miguel de Unamuno Andanzas y visiones españolas 1922
Ya están aquí los abejarucos. Andaba por la huerta y de pronto, una llamada leve que me hizo volver la cabeza al cielo. Insistió el silbido y me hallé sin saber si era ésta, si aquella primavera, si éste, si aquel año. Un leve silbido había descompuesto el orden de día tras día, de horas y de fechas. Y arriba, velocísimo, parado, fino, entre verde y amarillo, las alas y el pico agudos, con la primera abeja, el primer abejaruco. Cuando pasé por el colmenar había un rumor de pánico y una prisa por recogerse, inusitados en estas tardes en que hay ciruelos y membrillos en flor.
José A. Muñoz Rojas Las cosas del campo 1976
Cuando yo habitaba en Argel, durante el invierno aguardaba siempre con paciencia porque sabía que en una noche, en una sola noche fría y pura de febrero, los almendros del valle de los Consuls se cubrirían de flores blancas. Y entonces me maravillaba al ver cómo esa nieve frágil resistía todas las lluvias y vientos del mar. A pesar de todo, cada año perduraba el tiempo necesario para que se preparara el fruto.
Albert Camus El verano 1954
La masía estaba en las sierras de Alcoy, sierras ásperas, amontonadas, que se desagarran en hoces y barrancos. Algunas veces son delicadas y graciosas, y se recogen, se ciñen femeninamente la fragosidad de sus faldas y producen una cañada húmeda y oscura, un verdadero regazo, mullido, labrado, donde reposa algún olivo de vejez perdurable y fecunda y tiende raíces la higuera napolitana que resuena de abejas.
Gabriel Miró libro de Sigüenza 1917
S’han fet les vuit i comença el cant de la segona estació. El resador comença el mormoleig del rosari. Arriben al capdamunt del pas per una planassa de roca i pedres soltes. Savina, ginebres i la flor blanca o morada del roser bord. El camí, que cerca el pendís suau, va fent revolts per a baixar. Arriben a la font del Mas de la Vall. Hi descansen, a l vora d’un rajolí d’aigua que a penes tasten. Els pelegrins beuen ben poca aigua, la precisa només per a refer-se de la suor. El que beuen és vi, el vi de les Useres, que es donarà força per a la caminada.
Àlvar Monferrer Els Pelegrins de les Useres 1991
A la derecha, las montañas se entrelazan hasta perderse de vista en el horizonte. A la izquierda, son las tierras alberas del llano, cultivadas a trechos y esfumadas por la calina. Por poniente bogan nubecitas vedijosas. Las cigarras zumban en los olivares. Encampanado en el cielo, el sol brilla sobre el campo de Níjar.
Juan Goytisolo Campos de Níjar 1960
Los insectos desaparecieron en otoño.
En otoño caen las hojas de los árboles y, sobre el suelo, forman extensas y tupidas alfombras de tonos ocres. Hojas alargadas y planas… Es entonces cuando se eclipsan los juegos y las risas. El otoño es la época del oscurecimiento paulatino de la alegría, y los monstruos del otoño suelen ser los más malvados, los más deformes e incontrolables. Actúan a su antojo, sin control por parte de sus pobres víctimas somnolientas y desorientadas. No se aplacan con pastillas de colores ni con baños tibios ni con viajes al Este ni con horas y horas de exposición a la luz, y aquel que hubiera engendrado un monstruo en otoño sabría que no existen remedios eficaces ni promesas duraderas.
Pero también es en otoño, en determinados momentos del día, cuando hasta la planta más pequeña puede arrojar una sombra prolongada y armoniosa sobre el suelo.
Pilar Adón El mes más cruel 2010
Ser pacientes.
Y beber agua fresca de riachuelos serpenteantes que pronto se helarían. Observar el inconcebible brillo de las estrellas en la oscuridad de un cielo despejado. Comprobar lo temprano que llega la confusión de la noche y lo portentoso que resulta el que vuelva a amanecer cada mañana. Dejarse empapar por la lluvia y caminar bajo un sol neblinoso. Soportar potentes ráfagas de viento en los ojos. Caminar hacia la nieve. Realizar esfuerzos excepcionales. Sufrir decepciones y gritar. Asistir a esos prodigiosos espectáculos de la naturaleza que resultan tan raros e impenetrables. Admirar durante horas la textura y el color de dos piedras distintas.
Pilar Adón El mes más cruel 2010
Antaño venía un camino viejo, torcido y hondo, de Monóvar a Petrel, pasando por Elda; hoy blanquea una carretera. El camino viejo torcía, al principio, por terrazgos amarillos, rosados, con extrañas vetas verdes, y luego, ya en lo hondo del valle, bordeaba olivares, cuadros de alfalfa, liños de almendros. Estando en tierras intensamente cultivadas, nos creíamos en la soledad: tal era la placidez del paisaje. Y de pronto, en una revuelta del camino, veíamos lucir los rieles de la vía. La sensación de soledad había desaparecido y entraba en su lugar, para nuestro contento, la percepción de la vida moderna.
Azorín El enfermo, Biblioteca Nueva, 3ª ed. 1961
Extramuros la luna se detuvo. Más allá del camino real quedó inmóvil sobre la ciudad, encima de sus torres y murallas, dominando los prados empinados donde cada semana se alzaban las fugaces tiendas del mercado.
[...]
La luz hizo alzar de sus cenizas, de su nocturna muerte a las aceñas del río, por lo común calladas, silenciosas, volvió brillantes tejados y corrales, cubriendo de cristales diminutos los quebrados caminos, los calvarios medrosos, más allá de las murallas, de las agudas flechas de sus torres.
Jesús Fernández Santos Extramuros 1978
…y allí están los pájaros serranos (…) canta que te canta y haciendo el relevo a las ranas del arroyo, que, de oscuro a oscuro, no pararon de regañar. Los pardales madrugueros desperezaron picos y plumas; las cigarras aún no empezaron con su aserrín aserrán; los hombres y las mujeres tampoco dan señales de vida. En las puntas de las hierbecillas sin nombre y sin amo se empiezan a evaporar las minúsculas gotas de rocío que allí colocó el relente; la avena loca y la cañuela, la colleja y el trebolillo empinan sus tallos al apercibirse de la templanza que se está fraguando en la mañanica de mayo. A veces todo calla, pájaros y aires, y el silencio es hermoso como una mata de alhelíes en flor.
Juan José Cuadros Viaje a la sierra de Segura 1990
De retirada, soplaba el viento. Los coches, al adelantarnos, levantaban una nube de polvo que iba cubriendo los matojos y la hierba seca de una costrilla blanquecina. Para librarnos de aquella molestia, decidimos apartarnos del camino y esperar a que dejaran de pasar. Mientras tanto, situados frente al priorato, aculados en unas piedras, contemplábamos la muda mansedumbre del crepúsculo, a la vez estático y cambiante.
Sobre el erizado mar de pinares, las nubes, apelmazadas, se tenían en sus aristas de tonalidades violáceas, cárdenas, escarlatas. Una maraña de colores superpuestos y fugitivos agonizaba en el poniente.
Ignacio Sanz Hoces del Duratón 1998
A los niños de San Kildán, en cuanto podían aprenderlo, se les enseñaba a trepar por ls rocas escarpadas de los acantilados para buscar nidos de pájaros.
John Ross, que una vez visitó Hirta, cuenta que la primera imagen de seres vivos que descubrió cuando su barco se aproximaba a la isla fue la de un sankildano y su hijo, de apenas ocho o diez años, encaramados en la cumbre de un farallón de rocas cortado a pico sobre el mar.
Tras siglos y generaciones de hacer lo mismo, los sankildanos tenían ya los pies adaptados para encaramarse por los acantilados hasta los nidos y los pájaros. Los tobillos de los hombres eran de un grosor doble del normal. Y los dedos, prensiles, podían engarzarse en los salientes más ligeros de las rocas.
Avelino Hernández La historia de San Kildán 1986
Sabía que si se detenía, aunque fuera un instante, y se dedicaba a contemplar lo que había a su alrededor dejando de escucharse a sí misma, percibiría de inmediato, de forma casi invasiva, la auténtica realidad de un paisaje ajeno a ella. Un paisaje autónomo, que no la necesitaba para existir, y que seguiría allí, con sus paulatinas transformaciones de color, de textura, según la mayor o menor llegada de luz solar, estuviera ella o no para analizarlo. Así que lo hizo. Dejó de moverse y se fijó de una manera más consciente, más atenta, en la presencia de las encinas, de los enebros, de las alambradas que definían las fronteras entre una propiedad y la siguiente, a pesar de tratarse de un mismo terreno constante e idéntico.
Pilar Adón El mes más cruel 2010
Parece Vistabella el último descanso para subir á Peñagolosa, que cae al sudueste, y á una legua de verdadera distancia. […], y en su raíz el santuario de San Juan Bautista, donde se hospedan los que visitan aquel desierto. […] Hay una fuente en el santuario, y en las peñas de sus inmediaciones muchas conchas engastadas: otra más abundante y deliciosa que llaman de la Pegunta, en el barranco por donde se sube á la cumbre del pico.
[…] Hemos dicho que la cuesta para bajar a Villahermosa es larga. […] y dos horas ántes de llegar á la villa se ve el profundo barranco por donde se precipita el río Carbo. La frescura y humedad que sus aguas esparcen, dan nueva vida á los vegetales
Antonio Josef Cavanilles Observaciones sobre la historia natural, ... del reyno de Valencia 1795
El naranjo nos ofrece la voluptuosidad y la palmera nos brinda con la sensación de Oriente. Y si la palmera se enhiesta en paraje solitario, sin camarada fecundadora, sentimos ante su vista desmedrada –pronto se secará esta palmera solitaria- una punzada de aguda melancolía.
Azorín Valencia 1941
¿Y las cámaras de la alquería (de Valencia)? ¿Serán como las cámaras de las mansiones agrestes de Alicante? Allá, en la parte central y montuosa de la provincia –hablo de la alicantina- una ventanita angosta, con alambrada, da paso a la luz. Y se percibe en el silencio placentero, un vago olor a semillas, a hierbas silvestres, a lana lavada, a matalahuga, a frutas colgadizas.
Azorín Valencia 1941
Hoy me ha despertado
un sonido solar en mi ventana,
una sorpresa alada, una carta del Sur.
……………………………
De pronto me sentí redimido y alegre
como si residiera en algo tan sencillo
el secreto celeste de la vida.
Era una carta llena de luces y recuerdos.
En ella había un frenesí de ausencia,
unas líneas de amor, otoño, risas y lágrimas.
Allí estaba la sal del Sur, su canto.
………………………………
Carta que me trajera viñedos y claveles,
júbilos encendidos de palmeras y álamos.
Fue una carta del Sur, un sonido solar en mi ventana.
Jorge Justo Padrón El abedul en llamas 1974-1978
[161] Es Mariola uno de los principales montes del reyno, si solo atendemos á su altura y sus vegetales; pero el primero y sin igual si consideramos las riquezas que proporciona á los pueblos arrojando hácia todas partes rios ó copiosas fuentes. … dilatadas alfombras de salvia, espliego, axedrea y tomillo, en las quales se ven texos, ramnos … en Agres viven 280 vecinos… Los vecinos, acostumbrados á los rigores é intemperie, viven sanos, …
[163] Muy cerca de Agres está la división natural de las aguas, corriendo unas hacia poniente en busca del barranco de la Fos, y del rio de Ontiniént o Clariano, y otras hácia el oriente, que forman el riachuelo de Agres. Hállase esta villa sobre la loma caliza que baxa de las faldas septentrionales de Mariola: sus calles, o más bien su calle única, forma una cuesta áspera, …
[164] De Agres se desciende hasta Alfafara por cuestas continuadas como media legua: … En él viven como 130 vecinos labradores, …
Antonio Josef Cavanilles Observaciones sobre la historia natural, ... del reyno de Valencia 1795
[...] i cap al nord, Costabona i el majestuós Canigó tot cobert de neu. Ça i enllà, contemplava aixecaments espantosos de massius granítics que, desnivellats de base, s´havien obert formant dantesques esquerdes, muradals immensos, ensulsiades colossals que deixaren al viu roques nues i pelades com insepults cranis de titans; i per entremig de tal desllorigament, hi veia verdejar, en ufanós embrull, des del roure aparatós i la rogenca alzina dels soleis, fins al frescal faig de les obagues i l´airós pi de les altures que, formant onades de vegetació, omplien les fondalades, remuntaven vessants i carenes, i escalaven fins els espadats, per mica que en sos relleixos i revirons pogués arrapar-s´hi la jonça o clavar l´urpa el rebec alzinall, anc que fos llançant ses branques a l´abim.
Marià Vayreda La Punyalada 1903
Cuando lleguen al alto de Sobrepuerto, estará, seguramente, comenzando a anochecer. Sombras espesas avanzarán como olas por las montañas y el sol, turbio y deshecho, lleno de sangre, se arrastrará ante ellas agarrándose ya sin fuerza a las aliagas y al montón de ruinas y escombros de lo que, en tiempos, fuera (antes de aquel incendio que sorprendió a la familia entera y a todos sus animales) la solitaria Casa de Sobrepuerto.
Julio Llamazares La Lluvia Amarilla 1988
El andariego busca el parador, en donde apalabra cama y cena; deja el morral en prenda y vuelve a dar una vueltecilla por el pueblo. Segura de la Sierra, a la luz de la luna, es un espectáculo único, encantador, que nadie debiera perder. Los recovecos de sus callejones moriscos, el empedrado de las calles, sus murallas caídas para siempre, sus arcos medievales y el agua cantora del pilón de la fuente se enjalbegan de claros de luna, y el castillo, allá arribones, parece agrandarse de sombras y contraluces. A los pies del pueblo, el paisaje serrano se colma de blancuras prestadas y de la música que el airecillo coloca entre los muchos árboles del ruedo.
Juan José Cuadros Viaje a la sierra de Segura 1990
Lanzarote es una isla afortunada, aunque aparentemente haya estado como postergada y desacreditada durante largo tiempo, y que se tenía la idea de que su paisaje era horrible e inhabitable. Hoy se está empezando a conocer por gente sensible y buenos catadores de lo que realmente es el paisaje, entrando ya de lleno entre los parajes más interesantes del mundo. Debido a todo esto tenemos que colaborar urgentemente, ya que empiezan grandes zonas de Lanzarote a estar completamente profanadas.
César Manrique El Eco de Canarias 25-agosto-1967
Las viejas y útiles madreñas, por ejemplo, se calzan hoy con orgullo en toda Babia, superados los recelos de lo que pudo ser una artificiosa confrontación de lo viejo y lo nuevo. Las palabras y las cosas de la vida valen, ante todo, por su necesidad, y son buenas mientras siguen sirviendo.
Luis Mateo Díez Relato de Babia 1991
¡Aquellos trenes de entonces
entre León y Palencia!
¡Dorados atardeceres!
Bardas. Carrizos. Iglesias.
La triste monotonía
se miraba en la meseta.
Yo leía. Y contemplaba
alguna lejana hilera
de chopos en silencio
o las verdes sementeras
Andrés Trapiello El mismo libro 1989
RUIDO
Los grillos se alimentan de oscuridad.
Nadie sabe
De qué trata su rumor incesante.
Acaso se interrogan sobre otro enigma:
Qué pretendemos decirnos
Con el ruido de nuestras bocas.
José Emilio Pacheco Como la Lluvia 2009
Cada unos de nosotros posee una mitología personal que da valor, un valor absoluto, a su mundo más remoto, y reviste las pobres cosas del pasado de una luz ambigua y seductora donde, como en un símbolo, parece resumirse el sentido de toda la vida,
Luis Mateo Díez Relato de Babia 1991
La cumbre (del macizo de Peñalara) es una eminencia calva, inhospitalaria, centrada por un montón de piedras –vértice geológico- aumentado de continuo por los montañeros que a ella ascienden. La impresión que desde ella se recibe es maravillosa: la alta meseta segoviana esfumada en el horizonte, el campo castellano parece un mar gris y rojizo cubierto de brumas; abajo, sobre la mancha verde del pinar, La Granja (…) y, al fondo, las azuladas cumbres de Gredos.
Guía de la Sierra de Guadarrama (1931) Edición facsímil 2000
LA LUNA ROTA
Nevó toda la noche de plenilunio y al despertar
Y ver el bosque hundido en la nieve
Parece irreal
Que ya amanezca y aún siga intacta la Luna
Si ha caído en pedazos para llenar de blanco este día.
José Emilio Pacheco Como la Lluvia 2009
No he visto nada más risueño ni más melancólico al mismo tiempo que estas perspectivas en las que la verde encina, el algarrobo, el pino, el olivo, el álamo y el ciprés mezclan sus variados matices en profundas enramadas y en las que, auténticos abismos de verdura, precipita su curso el torrente bajo breñas de suntuosa riqueza y de inimitable gracia.
George Sand Un Invierno en Mallorca 1842
El paisaje solitario, sin edificio alguno, es mera geología. El caserío de villa o aldea es demasiado humano; yo diría demasiado civil, artificial. La catedral y el castillo, en cambio, son a la vez naturaleza e historia. Parecen excrecencias naturales del fondo rocoso de las glebas y, al propio tiempo, sus líneas intencionadas poseen sentido humano. Merced a ellos el paisaje se intensifica y transforma en escenario. La piedra, sin dejar de serlo, se carga de eléctrico dramatismo espiritual.
Ortega y Gasset Notas de Andar y Ver Alianza 1988
Ja en el graner tot el gra batut, tornaren tots a l´era, ara agranada i arruixada, i llavors formàrem un gran rogle tots asseguts. Davallava ja una brisona fresca dels tossals; el sol post del tot per a nosaltres –els de la valleta de l´Almussai-, daurava encara les serres de l´altre costat de la serra de Cassana; la brava natura de la muntanya presentava l´éspectacle habitual de les diades tranquil.les de l´estiu: algun penjoll de boira capvespral que començava a quallar-se per la fresca en les més altes carenes i pics propers; el xoqueig rogallós de les perdius invisibles; els arpegis dels polícroms pigots per dins de la fosca pineda; la veu dels gaigs menjadors de glans i d´ous de nius, que recordava la dels ànecs i coll-verds; l´accentuació molt perceptible de les exhalacions aromàtiques de milers de plantes labiades, i l´alé balsàmic del pinar.
Enric Valor Temps de Batuda
Al atardecer, cantó el urogallo en los hayedos cercanos. El cierzo se detuvo repentinamente, se enredó entre las ramas doloridas de los árboles y desgajó de cuajo las últimas hojas del otoño.
Entonces fue cuando, por fin cesó la lluvia negra que, desde hacía varios días, azotaba con violencia las montañas.
[...]
Ahora anochece ya de nuevo en las montañas. Las sombras se deslizan espesas y profundas. Se funden entre ellas tejiendo una sustancia vegetal –de helechos y de lluvia– que comienza a apoderarse lentamente del hayedo.
Pronto cantará el búho.
Julio Llamazares Luna de Lobos 1985
Ella fue la primera de sus hermanas en huir / de la casa que la vio nacer hacia lo salvaje. / Cada día era un regalo / libre de sol a sol. / La montaña fue su salvación / y entre las fieras se crió. Y en los árboles escuchaba / voces de tiempos remotos. / Ha elegido caminar hacia lo salvaje.
Amaral Hacia lo salvaje 2011
Delfos
Un abundante gesto de olivares / desciende hasta la mar y trae el mar.
Es muy difícil soportar la luz / tan alzada de buen entendimiento,
pero es que nunca ha sido cosa fácil / merecer la respuesta.
Yo no pregunto. Ya se dijo todo / con la palabra exacta
de cuanto me rodea y no merezco.
Enrique Badosa Mapa de Grecia 1979
Marzo anochece gris entre los olmos desnudos, aunque sobre la hierba, donde el asfódelo y el jacinto ya apuntan en sus tallos, están abiertas las corolas del azafrán, encendidas de color lo mismo que una mejilla fresca contra este aire punzante. Cerca, desde tal cima sin hoja o cual alero, echándose penas a la espalda, silba sentido e irónico algún mirlo.
Luis Cernuda Ocnos 1963
Otoño en llamas
Como cada noviembre, las tristezas doradas
del otoño llamean
en los castaños. Sube de los barrancos hasta
la nieve de los picos un confuso revuelo
de amarillos y malvas y, entre las peñas, cuelgan
los pueblos como blanca ropa tendida. Todo
vuelve a la transparencia.
El silencio aún no ha dicho su última palabra.
Rafael Guillén Los estados transparentes 1993
No es fácil captar el verdadero y profundo carácter valenciano. Casi todos los observadores se van por el lado de la jovialidad ruidosa y frívola. Y no hay tal. Piense usted en ese labriego alicantino, sobrio, silencioso, obstinado en el trabajo, que sólo de tarde en tarde expresa su sentir en unas palabras sentenciosas.
Azorín Valencia (1941)
Un almendro en flor solo, en un barranco rojizo. Arriba, cielo azul. Tintineo de un rebaño lejano. Son de una fuente. Olor a romero y espliego. Sombras azules. Voz de una canción que se apaga con la tarde. Allá en lo alto de la montaña, de noche, la lucecita de una hoguera.
Azorín Un pueblecito ( Riofrío de Ávila) (1916)
... Por eso tiemblo algo cuando voy por estos campos, por eso canto. Y tengo miedo de no poder acabar una vez comenzado. Empiece por donde empiece, no acabaré. Se me quedará la canción a medio camino, entre los labios. Pero la tierra seguirá cantando. La oirán las alondras, los alcaravanes, ... ¡Oh canción tan inútil y tan necesaria como esta enorme y anual cosecha de florecillas ignoradas!
MUÑOZ ROJAS, J.A Las Cosas del Campo
La montaña, desde que yo no andaba por ella, había cambiado mucho de aspecto: los robledales que dejé bastante bien vestidos todavía, aunque con el ropaje mustio y amarillento, se hallaban completamente desnudos, y lo mismo les pasaba a las hayas y a los arbustos de “hoja mudable”. El suelo estaba deslavado; la yerba de las brañas, tendida y atusada como el pelo de una cabeza recién sacada del agua, y era cada hondonada un torrente. Según íbamos ganando altura, encontrábamos más a menudo grandes placas o “tresechones” de granizo congelado en las laderas sombrías, y desde los picos de Europa hasta los de Sejos, todas las cumbres que se alcanzaban a ver estaban cubiertas de nieve, en la que centelleaba el sol al herirla de frente con sus rayos.
José María Pereda (1833-1906) en Peñas arriba, 1895
Los bosques, las montañas, no son sólo conceptos, son nuestra experiencia y nuestra historia.
F. Nieztsche Humano, demasiado humano (1878)
(J. B.) Jackson sostiene que el pasaje es antes un lugar que una imagen, un lugar construido socialmente, siempre artificial, en el que se encuentra asimismo la naturaleza, pero siempre modificada o transformada por la intervención humana. Los paisajes son construcciones políticas, responden a necesidades sociales.
Horacio Fernández Del paisaje reciente (2006)
Una larga blancura sube por todo el filo roto de la cumbre de Bernia.
Bernia es un galeón volcado, con la quilla quebrada a martillo; y entre las púas y rajaduras de esa carena de pedestal se carda, se descrina la nube; va cayendo torrencial, toda de espuma, y en la vertiente se parte formando corderos muy gordos que caminan bajando y subiendo, aprovechándose de la soledad del monte. La soledad de siempre, se significa, se cuaja hoy en un color morado. ...
Gabriel Miró Años y Leguas
¡Arriba!... Y al hollar la cumbre quedó Félix postrado, sobrecogido, transido por un beso infinito y voraz que le exprimía la vida. Le sorbía el cielo, las lejanías anegadas de nieblas, los abismos, toda la tierra, que temblaba bajo un vaho azul; sentía deshacerse, fundirse con las inmensidades.
... El riego del sol penetraba en el humo de las nieblas, y bajo la quieta blancura producíase un alborozo de oro que resucitaba el verdor de los árboles y prados; muy remota, brillaba tendida la grandiosa espada de mar.
Gabriel Miró Los Cerezos del Cementerio
Si fuera por mí, eliminaría todas las escuelas tal como están concebidas, matrices de grasientos sedentarios cuando no de criminales, y reduciría la enseñanza a un solo principio: caminar (…) Al estar toda la vida caminando, los hombres también aprenderían a mirar y a sentir lejos el resentimiento y la molicie que se adhieren en el alma de los sedentarios.
Rafael Argullol Visión desde el fondo del mar 2010
En las provincias (Valencia, Castellón, Alicante) hay un repartimiento gastronómico. La cocina tiene toda un definido carácter. Pero en unos parajes impera un plato y en otros un plato distinto. Los gazpacho son una infiltración de la Mancha en Alicante. Su ascendencia indubitable es moruna. Hay gazpacho y gazpachos. El gazpacho andaluz es comida exquisita. Pero no es plato de hogar. El fuego le es ajeno. Los gazpachos alicantinos –imperantes en la parte central, montuosa, de la provincia- se cocinan con torta delgadísima, torta ázima, que luego se cuece en la losa del hogar entre el rescoldo. Luego esa torta se desmenuza en pequeños trozos (…).
Azorín Valencia, 1941
La nieve era la vendimia del invierno y anunciaba los bienes de una larga cosecha que florecía en los frutos blancos. Llegaba al Valle como una sorpresa que todos los años se repetía, porque casi siempre disfrazaba su advertencia en el temblor helado que la presagiaba, y el presagio se incumplía una y otra vez hasta que, de pronto, amanecía el Valle nevado.
Luis Mateo Díez, Días del desván 1997
Alfanhuí no hubiera sabido decir si en sus ojos había una tenebrosa soledad y en sus oídos un insondable silencio, porque aquella música y aquellos colores venían de la otra parte, de donde no viene nunca el conocimiento de las cosas: traspuesto tras el primer día, por detrás del último muro de la memoria, donde nace la otra memoria: la inmensa memoria de las cosas desconocidas. Danzaban y danzaban las aves, las primitivas danzas de su especie y volvía el entrecruzarse de las bandadas hacia los ríos sagrados.
Rafael Sánchez Ferlosio Alfanhuí, 1951
…pues nada hay tan bello como estos terrenos descuidados, que producen cuanto quieren y a quienes nada falta: árboles tortuosos, inclinados y desmelenados; zarzas espantosas, flores magníficas; tapices de césped y de juncos, alcaparros espinosos, asfódelos delicados y encantadores, y otras muchas cosas que adquirían la forma que a Dios le plugo; hondonada, colina, sendero pedregoso cayendo bruscamente en un engañoso arroyo; pradera abierta a todo caminante, que termina bruscamente ante una montaña cortada a pico…
George Sand Un Invierno en Mallorca 1842
El tren avanza entre chopos por la vega. León es la ciudad de los chopos, del árbol fiel a toda la meseta, árbol leonés y castellano. Dondequiera se encuentran sus fustes gentiles acompañando un rato la carretera solitaria, agrupándose en torno a un manantial que las palomas frecuentan. Altos, esbeltos, sacudidos de hoja, algunos como altísimas banderas enrolladas. Es el galgo de los árboles.
Ortega y Gasset Notas de Andar y Ver Alianza 1988